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Los ruidos de la vecina - Magui Bravi x Noe Marzol | CaliArgenta

La tarde caía sobre la plácida Villa Urquiza. Mi hijo, Galileo, dormía plácidamente en su cuna. Su respiración suave era lo único que debería haber llenado el aire, pero no era así. Desde que me mudé a este departamento, los ruidos de la vecina del piso de arriba habían sido una constante. Aparentemente se llamaba Noelia, por lo que decían los vecinos, y tenía una vida sexual que parecía no conocer límites. Sus gemidos y risas resonaban en mi techo como un recordatorio constante de que yo, Magui, una madre primeriza de treinta y siete años, estaba más sola que nunca en este aspecto. No era que estuviera celosa, o al menos eso me decía a mí misma. Solo necesitaba paz, silencio para poder descansar y cuidar de mi bebé.


Con un suspiro, me levanté del sofá, ajustando la manta que cubría a Mateo. La decisión estaba tomada. No podía seguir así. Tomé un respiro profundo y salí de mi departamento, subiendo las escaleras con pasos firmes pero silenciosos. Mi corazón latía con fuerza mientras me paraba frente a la puerta de Noelia. Levanté la mano y llamé con tres golpes suaves.


La puerta se abrió, y allí estaba ella. Noelia Marzol, mi vecina, con una sonrisa pícara que parecía saber exactamente por qué estaba allí. Tenía una remerita ajustada que resaltaba sus curvas, y sus shorts cortos mostraban unas piernas interminables. Sus ojazos marrones me miraron con una mezcla de diversión y curiosidad.


– ¡Magui! ¡Qué sorpresa! – dijo con su tonito habitual, suave pero dominante – Pasá, nena, no te quedes ahí parada.


Sin darme cuenta, me encontré cruzando la puerta de su departamento. El lugar era un quilombo, organizado pero quilombo al fin, con libros apilados, ropa esparcida y un olor a vainilla que llenaba el aire. Noelia cerró la puerta detrás de mí y se apoyó en ella, cruzando los brazos sobre su pecho.


– No sabía que éramos vecinas, ¿En qué puedo ayudarte? – preguntó, con una sonrisa de oreja a oreja


Sentí mis mejillas enrojecerse, pero me obligué a hablar. Mi voz salió más firme de lo que esperaba.


– Noelia, no quiero ser una molestia, pero... los ruidos... – hice una pausa, buscando las palabras adecuadas – Bueno, a veces son un poco... fuertes. Tengo un bebé, y necesito un poco de tranquilidad.


Noelia frunció el ceño, pero no parecía enojada, más bien divertida. Se alejó de la puerta y se dirigió al sofá, haciendo un gesto para que la siguiera. Me senté en el borde del asiento, incómoda, mientras ella se dejaba caer a mi lado, demasiado cerca para mi gusto.


– ¿Los ruidos, decís? – repitió, ahora con una voz baja y seductora – ¿Te molestan mis gemidos, Magui?


Podía sentir su calor, su aroma a flores y algo más, algo salvaje y tentador. Mi corazón latía con fuerza, y de repente, me di cuenta de que no era solo el ruido lo que me traía a su casa. Era ella, su presencia, su confianza, su... actitud.


– No... no es eso – murmuré, mirando hacia otro lado, incapaz de sostener su mirada.


Noelia rió, con un sonido bajo y ronco que me hizo temblar. Su mano se posó en mi rodilla, y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo.


– ¿Ah, no? – dijo en un susurro – Porque a mí me parece que te gustaría escuchar más, nena. Me parece que te gustaría ser parte de esos ruidos.


Sus palabras me dejaron sin aliento. Mi mente se llenó de imágenes que no debería estar teniendo, de fantasías que no debería estar considerando. Noelia se inclinó hacia mí, su aliento cálido en mi oído.


– ¿O me equivoco, Magui? – susurró – ¿Te gustaría saber qué se siente?


No pude responder. Mi cuerpo parecía haber olvidado cómo funcionar. Noelia se sentó derecha de nuevo, su mano aún en mi rodilla, y me miró con intensidad.


– Dale, no te hagas la difícil – dijo, su tono juguetón pero firme – Sé que te morís de ganas. Sé que necesitas un poco de diversión en tu vida.


Sus palabras eran como una corriente eléctrica, y despertaron algo en mí que había estado dormido durante demasiado tiempo. Mi timidez se desvaneció, reemplazada por un deseo que no podía ignorar. Me giré hacia ella, mirándola a los ojos.


– ¿Y si te digo que sí? 


Noelia sonrió, una sonrisa de triunfo y deseo. Su mano se movió de mi rodilla a mi muslo, subiendo lentamente, haciendo que mi piel se erizara.


– Entonces, nena – dijo, con un susurro seductor – vamos a hacer que valga la pena.


Sus labios se posaron en los míos, suaves al principio, pero rápidamente se volvieron más intensos. Mi cuerpo respondió de inmediato, mis manos se enredaron en su pelo rubio, atrayéndola cada vez más cerca. Noelia me empujó hacia atrás, su cuerpo presionando contra el mío, su pecho firme contra el mío.


– Te quiero, Magui – susurró entre besos, dejando su aliento caliente en mi oído – Te quiero acá, ahora.


Sus palabras me encendieron, mi timidez se desvaneció por completo. Mis manos se movieron por su cuerpo, explorando sus curvas, su piel suave y cálida. Noelia gimió en mi boca, su lengua jugando con la mía, su dominación clara en cada movimiento.


– Sacate toda la ropa – ordenó, ronca de deseo – Quiero verte, nena.


Obedecí sin dudarlo, mis dedos temblorosos desabrocharon mi vestido, dejándolo caer al suelo. Noelia me miró con ojos hambrientos, su sonrisa pícara mientras me desnudaba por completo. Su mano se movió a su propio cuerpo, levantando su remera y dejándola caer al suelo, revelando un corpiño negro que resaltaba sus pechos generosos de madre, como los míos.


– Ahora vos – dije, sorprendida por mi propia audacia.


Noelia rió, como siempre, y se deshizo de su short con gracia, quedándose solo en ropa interior. Su cuerpo era una obra de arte, sus curvas perfectas, su piel dorada y suave. Me acerqué a ella, buscando sus labios mientras mis manos recorrían su cuerpo, tal vez demasiado ansiosas.


– Despacio, nena – me susurró, dominante – Yo mando acá, no te olvides.


Me dejé guiar por ella, mi cuerpo respondiendo a su toque, a sus besos, a sus órdenes. Noelia me empujó hacia el sofá, sus manos en mis hombros, sus labios en mi cuello. Gemí cuando sus dientes se cerraron suavemente en mi piel.


– Te gusto trolita, ¿no? – susurró – Te gusto mucho.


–Sí – murmuré, llena de deseo – Me gustás, Noe.


Su sonrisa fue mi recompensa, sus labios volviendo a los míos, sus manos moviéndose por mi cuerpo con experiencia. Me tocó en lugares que me hicieron arquear, sus dedos expertos encontrando mi centro, haciéndome gemir su nombre.


– Sos tan hermosa – dijo, y me sentí explotando del morbo – estás así de húmeda y caliente por mí?


Sus palabras me encendieron aún más. Me moví contra su mano, buscando más, necesitando más. Noelia rió y se movió entre mis piernas, su boca descendiendo hacia mi entrepierna.


– Ahí vamos, petisa – susurró – Vamos a hacer que valga la pena.


Su lengua tocó mi clítoris, y gemí otra vez, mi cuerpo tensionándose, mi cabeza cayendo hacia atrás. Noelia me saboreó con deseo, su lengua experta, sus labios suaves, sus dientes jugando con mi piel. Me moví contra su boca, mi cuerpo pidiendo más, necesitando más.


–Noe – gemí, casi sin fuerzas – Por favor.


Volvió a sonreír, sus dedos entrando en mí, su boca trabajando con habilidad. Mi cuerpo se tensó, mi respiración se aceleró, y de repente, exploté. Mi cuerpo se sacudía y mi voz gritaba su nombre.


– Sí, nena – rió saboreando mi orgasmo – Sí, así.


Mi cuerpo se relajó, mi mente en blanco, mi corazón latiendo con fuerza. Noelia se levantó, luciendo su sonrisa triunfante, y se sentó a mi lado, con su mano en mi mejilla.


– ¿Te gustó, Magui? – preguntó, su voz suave pero dominante.


Asentí, incapaz de hablar, mi cuerpo aún tembloroso. Noelia rió y me tomó del cuello para besarme 


– Bueno, nena – dijo separándose de mis labios– esto es solo el principio.


Y en ese momento, supe que tenía razón. Mi vida había cambiado para siempre, y no podía esperar a ver qué más tenía Noelia preparado para mí.


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