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El Taller de Deseos de Laurita - Cap 1 & 2 | by: @panabostero

 Buenas! Este es un relato escrito por un seguidor, que me lo envió para que lo publique en mi web. Si ustedes también tienen relatos para publicar, pueden enviarme un MD de twitter/x para ponernos en contacto.


El Taller de Deseos de Laurita - Capitulo 1

La noche ya había caído sobre el canal, pero Laurita no se había ido con el resto del equipo. Se quedó. Fingió una llamada, una tarea pendiente… pero la verdad era otra. Algo en ese taller la llamaba. Ese rincón perdido entre tablas, polvo y herramientas oxidadas. Ese lugar donde, cada vez que pasaba, sentía un cosquilleo distinto. No era miedo. Era deseo. Entró despacio, con los tacos haciendo eco en el cemento. Llevaba puesta una minifalda animal print que dejaba sus piernas al descubierto, sin medias, sin filtro. El suéter ancho le caía apenas por un hombro, pero debajo no llevaba sostén. 



Se adentró entre los decorados viejos, esquivando una escenografía rota. La luz era tenue, apenas una lámpara colgando que dejaba sombras alargadas. Ahí, en el rincón más apartado del taller, donde la madera crujía y el aire olía a pintura seca, se dejó caer sobre una tarima baja. Miró alrededor… Nadie. La soledad la excitaba. El silencio, aún más. …Apoyó las manos detrás, se inclinó hacia atrás, dejando que la minifalda subiera apenas. Pero antes de entregarse del todo, se detuvo. El polvo en la madera le molestaba. Frunció la nariz con un gesto delicado, se incorporó y miró a su alrededor. Nada. Ni un trapo, ni una tela limpia. Solo viruta, aserrín y tierra acumulada por semanas. Suspiró. 

Entonces, sin apuro, se sacó el suéter. Lo deslizó por sus brazos con suavidad, dejándolo caer en cámara lenta. Debajo no llevaba sostén. Quedó con sus pechos completamente al aire, redondos, firmes, con los pezones levemente duros por el contraste entre el aire fresco del taller y el calor interno que la invadía. Dobló el suéter con una sola mano y lo acomodó sobre la tarima. Luego, se sentó despacio, con las piernas juntas, como si por un momento dudara… pero en cuanto sintió el roce suave de la tela bajo su piel, supo que ya no había vuelta atrás. Apoyó una mano sobre la tarima para equilibrarse y dejó que la otra subiera por su muslo, dibujando líneas invisibles con las yemas de los dedos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Cerró los ojos. La minifalda se había corrido sola con el movimiento, dejando al descubierto la parte alta de sus piernas, suaves y tensas. 

Deslizó los dedos por dentro de la tela, y en un gesto lento, delicioso, corrió la tanga hacia un costado. Su intimidad, húmeda y palpitante, quedó expuesta al aire del taller. Abrió las piernas con lentitud. Una de ellas quedó colgando, relajada. La otra apenas flexionada, dejaba al descubierto la escena más privada, la más ardiente. Sus dedos empezaron a explorarla con precisión. Primero suaves, apenas rozando. Luego más firmes, más seguros. Rodeaban su clítoris sin tocarlo del todo, provocándola, tensándola. Laurita arqueó la espalda. Su otra mano subió por su propio torso, acariciando sus costillas hasta llegar al pecho izquierdo. Lo tomó completo con la palma, lo apretó suave, luego más fuerte. Sus dedos pellizcaron el pezón, que estaba duro, sensible. Gimió bajito. Apenas un suspiro escapó de su boca entreabierta. Volvió a centrarse en el centro de su placer. Separó los labios con cuidado y dejó que uno, luego dos dedos se deslizaran hacia adentro. Estaba tan mojada que la fricción era mínima. Movía la cadera apenas, siguiendo el ritmo de sus propios dedos, como si ya supiera lo que necesitaba y cómo llegar. La sensación era intensa. Los sonidos de sus dedos mojados mezclados con el eco suave del taller le daban un tono casi animal al momento. No era solo placer. Era liberación. Se mordía el labio, los ojos entrecerrados. Jugaba con su clítoris ahora, con círculos pequeños, precisos, rápidos. Luego bajaba de nuevo. Se metía uno. Luego dos. Las piernas se tensaban, los músculos temblaban. La respiración era profunda, temblorosa, cada vez más cercana al borde.

Sus dedos jugaban con maestría entre sus pliegues. La yema acariciaba el clítoris con precisión, cada roce era un chispazo. Y cuando la excitación la desbordó, no se conformó con dos. Lentamente, se llevó tres dedos a la boca, brillantes, mojados. Los lamió con hambre, cerrando los ojos, sintiendo su propio sabor. Un gemido ronco se le escapó mientras chupaba con fuerza, como si eso aumentara el calor en su vientre. Y entonces volvió a llevar esa mano hacia abajo, sin piedad. Entró profundo. Cuatro dedos esta vez. Mojados. Ansiosos. La otra mano no se quedó quieta: se fue a su pecho derecho, lo apretó, lo amasó. Pellizcó su pezón con fuerza, y la reacción fue inmediata. Laurita se arqueó por completo. La cabeza hacia atrás. La boca abierta. Los músculos de su vientre se tensaron al borde de un espasmo. Empezó a moverse con más ritmo, las caderas acompañaban, subiendo y bajando. El sonido de sus dedos mojados llenaba el taller, un eco sucio, íntimo y poderoso. Ya no pensaba, ya no dudaba. Solo sentía. Hasta que el orgasmo la arrasó. Un gemido agudo salió de su garganta. Su cuerpo se sacudió como una ola. Los dedos no paraban, seguían estimulando el clítoris incluso cuando ya no podía controlar los temblores. Y en medio de esa oleada intensa, caliente… su cuerpo respondió con violencia. Unos chorros húmedos salieron disparados desde su centro, salpicando la tarima, el piso, el suéter arrugado. La descarga fue tanta que formó un pequeño charco que se mezcló con el polvo del suelo. Pero ella, entregada al placer, ni lo notó. Quedó unos segundos en silencio. Respiraba agitada, con los ojos cerrados, el pecho subiendo y bajando. Se quedó así… hasta que el cosquilleo se volvió caricia. Hasta que el temblor fue calma. Se limpió como pudo con el borde seco del suéter, se acomodó la tanga y bajó la minifalda. No volvió a ponerse el suéter. Se lo llevó en la mano, arrugado, húmedo. Y se fue sin mirar atrás, dejando en ese rincón la huella muda de su deseo. 

A la mañana siguiente, los técnicos del canal entraron como siempre. Café en mano, charlas distraídas, moviendo escenografías y tablones. Uno de ellos frenó en seco. Miró al piso. —¿Che… qué es eso? El otro se acercó, frunciendo el ceño. Había una mancha irregular, como un charco reseco entre el polvo. —¿Tiraron agua acá? —No sé… pero nadie limpió anoche. Qué raro. —Bah, debe ser algo que gotea del techo… —dijo el primero, sin saber que justo ahí, horas antes, Laurita había explotado en un placer tan sucio como secreto.  

El Taller de Deseos de Laurita - Capitulo 2 

Otra noche. Otra excusa. Laurita volvía a ese rincón oculto del canal que ya conocía demasiado bien. Esa vez llevaba un vestido corto, oscuro, de esos que parecen inofensivos pero le marcaban cada curva. Ajustado en la cintura, suelto abajo, con mangas largas y cuello cerrado. Abajo, unas medias negras finas. La boca con brillo. El pelo suelto. Y una tensión en el cuerpo que le ardía desde temprano. Había sentido las miradas durante la jornada. Algunos técnicos la recorrían de arriba a abajo sin disimulo. Y aunque mantenía la sonrisa profesional… por dentro, eso la encendía. Sabía que la deseaban. Y sabía que si se escapaba al taller otra vez, esa energía iba a estallar. 



Esperó a que todo quedara en silencio. Bajó sola. Cerró la puerta sin hacer ruido. El mismo olor a pintura, madera vieja y polvo. El mismo rincón apartado, donde ya había dejado un recuerdo húmedo… Y donde esta vez, quería dejar otro. No se sentó. Se quedó de pie, junto a un decorado a medio armar. Apoyó una mano contra una pared falsa, mientras la otra se fue directo al borde del vestido. Lo levantó con decisión, dejando al descubierto la parte alta de sus muslos cubiertos por las medias. La respiración le temblaba. Lentamente, bajó las medias hasta las rodillas. Luego hizo lo mismo con la tanga. Sintió el elástico rozarle las piernas, y se estremeció. Quedó así: de pie, con el vestido recogido sobre la cintura, las medias y la tanga formando un bulto apretado alrededor de sus rodillas. Vulnerable. Disponible. Y absolutamente caliente. No fue a sus pechos esta vez. No. Esta vez tenía hambre de otra cosa. Deslizó la mano hacia atrás, buscando el centro de su deseo. Sus dedos se colaron entre los glúteos, se detuvieron justo en la línea más íntima, húmeda, tibia. Jugó con un dedo, luego con dos, apenas rozando, haciéndose desear. Y con la otra mano, se tomó la nalga izquierda. Se la apretó fuerte, se la abrió, se la mostró a sí misma. Un gemido bajo le escapó entre los dientes. El placer era más físico, más animal. Se tocaba la cola con devoción, alternando entre caricias, pequeñas cachetadas suaves, y pellizcos. Le gustaba cómo se sentía su piel al contacto, cómo temblaba con cada movimiento. Con una mano se abría, con la otra se acariciaba entre los labios, entrando apenas. Y cuando ya no aguantaba más, se metió dos dedos directo, mojados, calientes. La postura la excitaba aún más. Sentía cómo sus piernas temblaban al estar de pie, cómo el borde de las medias presionaba justo donde no debía. El roce de la tanga bajada le daba un morbo inexplicable. Y mientras una mano iba y venía entre su humedad, la otra se aferraba a su cola, hundiéndose en su propia carne. Empezó a moverse. Chocaba su cadera hacia atrás, contra sus propios dedos. El sonido era claro. Seco. Húmedo. Las piernas le flaqueaban, pero no paraba. La respiración era salvaje. Abierta. Impúdica. Hasta que cerró los ojos. Y en su mente… apareció la imagen. Una fantasía que la acompañaba desde hacía tiempo, que se le encendía justo en esos momentos donde el cuerpo se rendía al deseo. Se imaginó así como estaba: de pie, con las medias bajadas, el vestido enrollado, la cola bien ofrecida hacia atrás. Pero no sola. No. En su mente, alguien se acercaba desde atrás, con una mano firme le tomaba la cadera, y sin avisar… le entraba por atrás. La penetraba fuerte, directo, justo ahí. Por su cola. El solo imaginarlo la hizo gemir en voz alta. Sus dedos se movieron por instinto, siguiendo la fantasía. Con la mano que antes se apretaba la nalga, buscó más abajo… entre los glúteos. Y sin pensarlo demasiado, se coló un dedo en su propio ano. Lento al principio. Profundo después.

La sensación era intensa, oscura, prohibida. Se mordió los labios. Se apoyó más fuerte contra la pared falsa. Se metió otro dedo, y esta vez arqueó la espalda aún más, ofreciendo su cola como si de verdad alguien estuviera ahí, dándole. Su cuerpo vibraba entero. La combinación era perfecta: una mano en su centro, otra en su cola, y su mente jugándole sucio, imaginando embestidas, respiraciones calientes detrás suyo, una voz ronca diciéndole lo puta que se veía así, doblada, gemiendo sola en el taller. Y fue ahí… que se quebró. El orgasmo la sacudió por completo. Gritó. Jadeó. Sintió como si todo su cuerpo se derritiera. Y otra vez, chorros calientes brotaron entre sus piernas, bajando por sus muslos, manchando el suelo. Temblaba. Con los dedos aún adentro, con las medias bajadas, la tanga colgando, el vestido en la cintura. Quedó un rato así, con la frente apoyada en la pared y el corazón latiéndole en los oídos. Luego, sin decir una palabra, se limpió lo justo, se acomodó la ropa con las piernas aún flojas y se fue, dejando su perfume, su humedad… y su secreto.

Al otro día, los técnicos llegaron temprano. Uno se detuvo, frunciendo el ceño. —Che, otra vez… el piso. —¿Qué pasó ahora? —Hay una mancha. Grande. Como si alguien hubiera tirado algo… o se hubiera… no sé. —¿Y ese olor? —Raro, ¿no? Pero no dijeron más. No imaginaron que la mujer de sonrisa dulce y vestido elegante había vuelto al taller. Y que, otra vez, había dejado su deseo impregnado en el piso.

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