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Querida Cali: el fan más fiel de Lali

Querida Cali: Me llamo Gastón, tengo 35 años, y me cogí a Lali después de un recital. Mi historia es algo así:


Me abrí paso entre la multitud que abandonaba el estadio Amalfitani. Mi corazón latía con la misma intensidad que las canciones que acababa de escuchar. A mis treinta y cinco años, sigo siendo un fanático incondicional de Lali, la reina del pop argentino. Mi obsesión por ella va más allá de la música; es una fascinación que me consume, una llama que arde en lo más profundo de mi ser.


Con una determinación que me sorprendió incluso a mí mismo, me escabullí entre los pasillos del estadio, evitando a los guardias de seguridad como un agente secreto en una misión. Mi objetivo era claro: colarme en el backstage y ver a Lali de cerca, aunque fuera por un momento.


El backstage era un laberinto de pasillos y habitaciones, un mundo detrás del escenario que pocos tenían el privilegio de ver. Me movía con cautela, escaneando cada rincón en busca de cualquier señal de ella. El aire olía a transpiración, maquillaje y la fragancia de esos perfumes caros que las famosas usan.


De repente, un sonido me hizo detenerme en seco. Era una risa, una risa que reconocería en cualquier lugar. Mi corazón se aceleró mientras me acercaba sigilosamente a la fuente del sonido. Ahí, en un pequeño camarín, estaba ella: Lali, en persona.


La petisa estaba sentada frente a un espejo, rodeada de maquilladores y estilistas que la atendían. Su pelo negro azabache caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos marrones brillaban con una intensidad que nunca había visto en las fotos o en los videos. Tenía un vestido negro, bien ajustado, que resaltaba sus curvas, y sus labios, pintados de un rojo intenso, se curvaban en una sonrisa pícara mientras hablaba con su equipo.


Me quedé inmóvil, observando la escena con una mezcla de asombro y deseo. Quería acercarme, tocarla, decirle algo, pero mi voz se había quedado atrapada en mi garganta. Me sentía como un intruso, pero no podía apartar la mirada.


De repente, Lali se giró, sus ojos se encontraron directamente con los míos. El tiempo pareció detenerse. Me miró con una expresión que no pude descifrar: ¿era sorpresa, curiosidad o algo más?


— ¿Y vos quién carajo sos? — me preguntó Lali, con una mezcla de terror, confusión y algo de bronca


Tragué saliva, con mi mente trabajando a toda velocidad para encontrar una respuesta coherente.


— Soy... un fan — logré decir, con voz temblorosa.


Lali se levantó, su presencia dominaba el espacio a su alrededor. Se acercó a mí, con pasos seguros y llenos de intención.


— Un fan muy curioso — murmuró, y mi estómago se retorció al ver sus labios curvándose en una sonrisa.


Los maquilladores y estilistas se apartaron, supongo que acostumbrados a este tipo de situaciones, y nos dejaron solos en el camarín. La tensión en el aire era palpable, cargada de una electricidad que hacía que los pelos de mi nuca se erizaran.


— ¿Qué haces acá? —preguntó Lali


Sentí que las palabras se me escapaban, pero mi cuerpo respondía por mí. Mi corazón latía con fuerza, y una cálida sensación se extendía por mi pecho, bajando hasta la entrepierna.


— Quería... verte — confesé, apenas en un susurro.


Lali sonrió, una sonrisa que era tanto una invitación como un desafío.


— Bueno, acá me tenés — dijo, extendiendo una mano para tocar mi mejilla — ¿Qué más querés?


Cerré los ojos, sintiendo el calor de su mano en mi piel. Cuando los abrí, Lali estaba más cerca, y pude sentir su aliento cálido en mi oído.


— Quiero... todo — murmuré, tirándome a la pileta como nunca antes.


Lali rió, generando en mí la sensación más humillante que jamás viví


— Sos un atrevido, ¿eh? — dijo, casi con sus labios rozando mi oído — Me gusta.


Y entonces, sin previo aviso, Lali me besó. Sus labios calientes se presionaron contra los míos, su lengua invadiendo mi boca con una habilidad que me dejó sin reacción. Reaccioné con mis manos agarrando sus caderas, atrayéndola más cerca.


El beso fue una explosión de sensaciones: el sabor de su pintalabios, la suavidad de su lengua, la intensidad de su agarre. Me sentí abrumado, intentando responder a cada caricia, a cada susurro de Lali.


Cuando finalmente nos separamos, estaba sin aliento, mi mente en un torbellino. Lali me miró, una mirada que fuí incapaz de descifrar.


— Vení conmigo — dijo, tomándome de la mano y guiándome hacia el interior del camarín.


La seguí, obvio. Mi corazón latía con fuerza mientras cruzábamos la habitación y entrábamos en un pequeño cuarto contiguo. Era un espacio íntimo, con un sofá y una mesa baja, iluminado por luces tenues que creaban una atmósfera sensual.


Lali se detuvo frente a mí, mirándome de arriba abajo con una intensidad que me hizo sentir un nene indefenso.


— Sacate la ropa — ordenó, con su voz firme y dominante.


Obedecí, con dedos temblorosos desabotonando mi camisa y dejándola caer al suelo. Lali me observó, sus ojos recorriendo mi torso, deteniéndose en los músculos definidos de mis brazos y pecho.


— Yo sé quien sos… — dijo, un poco menos dominante que antes — Leí algunos de tus mensajes en redes, y te veo en todos mis recitales.


Me sentí nervioso, con un calor en mis mejillas.


— Sos uno de mis fans más apasionados — continuó Lali, acercándose — Y ahora estás acá, en mi camarín, a punto de...


No terminó la frase, pero sabía lo que quería decir. La tensión en el aire era insoportable.


Lali me besó de nuevo, sus labios presionando contra los míos con una intensidad que me apabullaba. Sus manos se movieron con destreza, desabotonando mis pantalones y deslizándolos por mis caderas.


Suspiré, sintiendo el fresco en la piel desnuda de mis piernas mientras Lali se arrodillaba frente a mí. Nuestros ojos se encontraron, y en ese momento, algo cambió.


La mirada de Lali se suavizó, y una sonrisa juguetona curvó sus labios.


— Ahora me toca a mí ser la fan — murmuró, sus manos agarrando mi cintura mientras se levantaba de nuevo.


Y entonces, con una fuerza que no sé bien de dónde sacó, Lali me empujó hacia el sofá, nuestros cuerpos entrelazándose como en un baile. Sus labios se encontraron una y otra vez con los míos, sus manos explorando cada curva, cada músculo, cada centímetro de piel.


Pero a medida que la pasión aumentaba, algo en mí cambió. La timidez que había sentido al principio se desvaneció, reemplazada por una confianza que nos sorprendió a ambos.


Con un movimiento rápido, dí vuelta a Lali, colocándola debajo mío en el sofá. Nuestros ojos se encontraron, y en ese momento, ví algo en los de ella: No solo estaba sorprendida, sino que estaba entregada


— Ahora mando yo —murmuré, haciéndome el macho bastante convincentemente


Lali sonrió, una sonrisa que era tanto una invitación como un desafío.


— Te estoy esperando — sonrió mientras me volvía a besar con pasión.


El beso fue feroz, y mientras la besaba logré meter mi pene bajo su vestido, rozando la entrada de su concha. Me moví con confianza, explorando el cuerpo de Lali, aprendiendo cada curva, cada secreto. Finalmente, con un suspiro, la penetré.


Lali jadeó, sus manos agarrando mi nuca mientras yo descendía por su cuello, dejando un rastro de besos y mordiscos que la hicieron temblar.


— Más — susurró, llena de deseo.


— Te voy a dar más, putita — murmuré con mis labios rozando su oído — Pero primero...


Deslicé una mano por el cuerpo de Lali, deteniéndome en el borde de su vestido. Con un movimiento rápido, lo subí, revelando su cuerpo desnudo.


Lali jadeó, sus ojos cerrándose mientras exploraba su cuerpo con pasión. Mis manos se movieron directo hacia sus pechos, que se presentaron ante mí como un banquete.


Los besé, rozando sus pezones mientras Lali se retorcía debajo mío, sus manos agarrando mi nuca y atrayéndome más cerca.


— Sí — dijo, prácticamete en un grito — Sí, dios, así.


— Pedimelo, Lali —murmuré aún con sus pezones en mi boca — pedime toda la leche y acabemos juntos


Lali se retorció, sus manos agarrando el tapizado del sofá mientras yo la llevaba al borde, una y otra vez, sin permitirle caer.


— Por favor — susurró totalmente entregada — Por favor, Gastón.


Pero aún me negaba a ceder, tenía control absoluto mientras la llevaba a un lugar que nunca había estado antes.


Y entonces, cuando Lali estaba a punto de romperse, me detuve. La miré a los ojos tomándola del cuello y le di una cachetada suave.


— ¿Quién manda acá? — pregunté


— Vos — susurró, casi con miedo.


— Eso es lo que pensaba — me reí, antes de reclamar el premio que tanto ansiaba. Mis labios besaron una vez más los de Lali mientras ambos, ella y yo, nos fundíamos en un orgasmo explosivo.


Me desperté a la mañana siguiente, en el sofá vacío. Mi cabeza aún daba vueltas y no comprendí del todo si había sido un sueño, un delirio o la realidad absoluta. El estadio parecía seguir su vida sin rastros de lo de anoche. Obreros y empleados desarmaban el escenario con rapidez, apurados por el compromiso urgente que Vélez tenía por el torneo local.

Antes de irme tuve la brillante idea de revisar la mesita. Sobre ella había una nota y una bolsita plástica. Abrí la bolsita, encontrándome con un tesoro maravilloso. Una tanga negra, fina, con la inconfundible firma de mi ídola en la parte delantera. Leí la nota y no pude evitar sonreír, porque no había sido un sueño.

“Para mi fan más fiel, un recuerdo de una noche inolvidable. Soy tuya. Lali”


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