El sol de la tarde se filtraba por las ventanas enormes del estudio de teatro, proyectando sombras largas sobre el piso de madera gastada. Yo estaba apoyado contra la mesa que usábamos de escenario, mirándolas con una mezcla de curiosidad y profesionalismo. Julieta y Lola, Lola y Julieta. Las dos hermanas, rubias, despampanantes, parecidas, pero bastante diferenciables entre sí. Me miraban con una mezcla de admiración y nervios. Yo era su profe, el actor que habían contratado para mejorar su técnica. Pero en ese momento, la verdad, no me sentía muy maestro… más bien una víctima en la puerta del matadero. Me devoraban con la mirada.
— Bueno, chicas — les dije, cruzando los brazos — Hoy vamos a trabajar una escena fuerte. Algo que de verdad las saque de la zona de confort. ¿Están listas?
Julieta, la mayor, con ese culito que parecía esculpido y una sonrisita de las que no se aprenden en clases, asintió con seguridad. Lola, la más chica, con curvas más pronunciadas, cargaba unas tetas que amenazaban con escaparse del top. Se mordió el labio. Nerviosa. Pero no asustada. Había algo más ahí.
Abrí el guión.
— Es simple. Un tipo se cruza con dos mujeres en un bar. La tensión sexual arranca al toque. Y al final... los tres terminan en una situación medio... complicada. ¿Me siguen?
Se miraron entre ellas. Esa mirada de hermanas que se entienden sin hablar. Había picardía. Había preguntas. Julieta fue la primera en largarlas.
— ¿Vos querés decir que...?
Sonreí. No necesitaba que terminara la frase.
— Exacto. Quiero que lo sientan. Que lo vivan de verdad. Si no, no funciona.
Lola se aclaró la garganta, un poco insegura todavía.
— ¿Y cómo querés que hagamos eso?
Me acerqué un poco. Ni agresivo ni invasivo. Solo con la cuota justa de dominación para que pudiera sentir mi autoridad. Si la exigía mucho sabía que no iba a suceder, pero si no daba el paso ahora sabía que iba a perder la oportunidad de mi vida. La oportunidad de estar con estos dos mujerones.
— Si queremos que la escena funcione, hay que meterse de lleno. ¿Están dispuestas a jugar fuerte?
Julieta me miró como si estuviera esperando justo esa pregunta.
— ¿Qué sería "jugar fuerte"?
Le sostuve la mirada.
— Que no haya filtros. Que lo actuemos como si fuera real. Nada de miedo. Nada de vergüenza. ¿Va?
Se miraron una vez más. El silencio entre ellas decía más que cualquier diálogo. Al final, Julieta asintió.
— Si sirve para mejorar... vamos.
Sentí ese cosquilleo en la espalda que aparece cuando sabés que algo está por pasar. Esto ya no era solo una clase.
— Perfecto — dije, más bajo, casi en un susurro nervioso —. Empezamos con la escena en el bar. Juli, vos sos la femme fatal. Lola, la adolescente inocente. Yo... el pobre tipo atrapado en el medio.
Nos acomodamos en el “bar” improvisado. Un par de sillas, una mesa y mucha imaginación. Me senté con soltura, como si ya estuviera en personaje. Julieta vino directo, con otra energía.
— Hola, lindo — me dijo con voz quebrada. Se notaba natural, no era la primera vez que le hablaba sexy a un tipo — ¿Estás solo?
La miré, obnubilado, pero dejé que el personaje hablara por mí.
— Podría estarlo... depende de quién se me siente al lado.
Se inclinó un poco. El escote me jugó una mala pasada. Sus pezones rozados se erguían bajo la camisa y la vista se me fue al instante. Pero recobré la compostura y volví a sus ojos.
— Podría ser yo. ¿Qué te parece?
Antes de que pudiera contestar, Lola se acercó. Ya no estaba tan tímida. O por lo menos, lo disimulaba bien.
— ¿Y yo? ¿No tengo chance?
Sonreí. La tensión ya era un personaje más. Lo estaban logrando, o… me estaban emboscando a mí.
—Con dos mujeres como ustedes, cualquier tipo estaría perdido.
Julieta se acercó más. Su aliento me rozó el oído.
— ¿Y si te mostramos lo perdidas que podemos estar?
Ahí la escena viró por completo. Las miradas se hicieron más densas. Los gestos más cargados. Y yo... ya no sabía si estaba actuando o entregándome.
— Chicas — dije, sintiendo cómo todo se aceleraba adentro mío — creo que es momento de subirle el volumen a esto.
No dijeron nada. No hizo falta. Se acercaron. Sus manos me tocaron con decisión, como si no fuera la primera vez. Yo respondí igual. Las acaricié como si ya supiera cada rincón.
La ropa empezó a volar. Primero los tops, después los jeans. Cuando quise acordar, estábamos en ropa interior y el aire entre nosotros podía cortarse con un cuchillo.
— ¿Estás seguro? — me preguntó Lola. La voz le temblaba del miedo, pero los ojos le brillaban con deseo y morbo.
La miré fijo.
— Nunca estuve más seguro de algo.
Julieta fue directo a mis labios. Me besó con ganas. Sin freno. Lola no se quedó atrás. Sus manos ya eran dueñas de mi cuerpo.
No sé si dirigía la escena o si era ella la que me dirigía a mí.
Juli se sentó sobre mí. Su cuerpo encajaba perfecto. Lola, de rodillas, nos miraba como si estuviera viendo una obra que quería protagonizar.
— ¿Qué querés que hagamos? — me dijo al oído.
Cerré los ojos. Sentí la piel tirante.
— Quiero hacerte mía, Ju. A vos y a tu hermanita…
Julieta movió la tanga a un lado, dejándome ver los labios perfectos de su conchita. Lola, colaborando con su hermana, me bajó el bóxer liberando mi pija, ahora erecta como un mástil. La mayor de las Poggio empezó a moverse encima mío con una sensualidad casi violenta. Lola, mientras tanto, nos besaba. Sus dedos no dejaban lugar sin explorar.
— Más fuerte — me pedía Julieta — Más, por favor.
Ni siquiera lo pensé. Dejé que mi cuerpo respondiera solo. Mi mano fue directo a su culo, con fuerza. Una, otra, y otra vez. Juli gemía, cerrando los ojos, mientras saltaba sobre mi pija con fuerza. Sentía que podía romperse en cualquier momento por la presión que su concha ejercía sobre mí.
Lola, mientras tanto, metía sus manos entre nosotros. Me besaba a mí, y con mi saliva aún en sus labios besaba a su hermana. Eran besos cargados de pasión, deseo y morbo por lo prohibido.
— Me encanta cómo la coges — dijo la más chica — Quiero sentirlo yo también.
Y sin decir más, se acomodó detrás de Julieta. Sus manos apretando sus tetas, su boca buscando el cuello de su hermana.
— Dejame a mi un rato… —murmuró antes de besarla otra vez, como si fuera suya.
Juli se bajó de arriba mío con rapidez, y pronto se colocó agazapada a nuestro lado, como un tigre listo para atacar. Lola se montó sobre mí, y la sensación fue incluso más placentera si cabe. Lo que Juli tenía de elegante y ágil, Lola lo tenía de guarra.
La más chica de las hermanas me tomó de la nuca y me hundió la cara entre sus tetas. Mi lengua recorrió sus pezones, tan duros que les costaba moverse cuando los estiraba con mis dientes, suavemente, intentando infringir en Lola ese dolor rico, cargado de morbo, que ella me estaba generando en la pija.
— No doy más — gemí — Necesito...
— Hacé lo que necesites — me dijo Julieta, mirándome desde abajo, hundida entre las nalgas de su hermana — Somos tuyas.
Esas palabras me llenaron de morbo. Me dejé ir, con todo.
Puse a ambas hermanas de rodillas, bien pegadas. Las manos de una acariciaban con ansia el cuerpo de la otra, y viceversa. Entre medio: mi pija, como un trofeo de guerra. No necesité más que esa imagen para acabar. Chorros y chorros. Sin exagerar, la mayor cantidad que jamás solté en mi vida. Las caras de las dos hermanas acabaron pintadas. Se fundieron en un último beso, como compartiendo mi semen entre ellas, y luego la calma.
Cuando todo se calmó, nos quedamos tirados. Respirando. Transpirados. Felices.
— Me parece que fue bastante realista la escena — dije bromeando, todavía tratando de recuperar el aliento.
Julieta se rió, pero sin fuerzas. Se la notaba débil, cansada.
— Demasiado realista.
Lola apoyó la cabeza en mi pecho y lo besó.
— Nunca sentí algo así.
Las abracé. Ya no me sentía su profesor, sino algo más. Me pertenecían, y yo a ellas.
— Chicas, me parece que acabamos de llevar esto a otro nivel.
Y mientras el sol bajaba del todo y el estudio se quedaba en silencio, supe con certeza que esta... no iba a ser nuestra última escena juntos.
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