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Las Simuladoras | Cap. 5: Un puma y un amor

 Bar Unión, Ezeiza, Buenos Aires
7 de agosto. 22:15 hs.

Roberto Ramírez acomodaba vasos en la barra con la misma precisión que un joyero pule diamantes. Afuera, la noche de Buenos Aires estaba pesada y húmeda, pero adentro el aire olía a cítricos recién cortados y a gin. Su barra era todo para él, y se movía entre botellas y vajilla con fluidez. El chirrido de la silla de ruedas al moverse era lo único que perturbaba el silencio de un jueves pacífico, hasta que...

La puerta giratoria se abrió y Morena Beltrán entró arrastrando una valija pequeña. Vestía un buzo oversize y el pelo atado en un rodete improvisado.

RAMIREZ: Mirá quién volvió de Miami...

BELTRAN: No me digas que me extrañaste, Rober

El bartender se puso a preparar lo de siempre. Scottish Hooligan, con hielo, en vaso chico.

RAMIREZ: Extrañar ni en pedo... pero tuve que fumarme a todos los otros clientes. sabés que sos mi favorita.

BELTRAN: ¿Porque soy famosa?

RAMIREZ: Porque sos de boca, nada más. ¿Que tal el Inter? Vi el partido por la tele.

BELTRAN: Y... Lindo partido. De Paul me encanta.

RAMIREZ: Mientras no vuelva a Racing, que vaya donde quiera. Suficientes campeones del mundo en esta liga de mierda.

BELTRAN: Por ahora la decisión es quedarse en Miami, al menos hasta después del mundial.

RAMIREZ: Sonás igual que por la tele. Contame... ¿Cami Homs estaba?

More se rió, viendo la cara interesada de su barman de confianza.

BELTRAN: No, ¿qué va a hacer en el debut del ex? Anunció embarazo con su nueva pareja, nada que ver... ¿por qué preguntas? ¿Te gusta?

RAMIREZ: Me encanta... Si hay una mujer que me quita el sueño… es ella. No sé qué tiene, pero… loco, es como si cada vez que la veo, me olvidara de todo.

La rubia esbozó una sonrisa, maquinando internamente mientras su dedo índice revolvía el whisky. Dió un sorbo lento, sintiendo el calor del alcohol en su garganta, fría por venir de la calle. 

BELTRAN: Nunca dejás de sorprenderme, Rober...

Roberto soltó un suspiro denso, cansado, y giró en la silla de ruedas para continuar con los vasos que estaba ordenando antes de la llegada de Morena.

RAMIREZ: Te juro que daría lo que no tengo por una noche con ella. Hasta el bar...

BELTRAN: No se te ocurra vender el bar... yo... creo que sé lo que podés hacer...

Ramírez rió terminando de guardar los vasos, y se acercó de nuevo hacia Morena, viéndola intrigado, barra de por medio

RAMIREZ: Dejarme de fantasear y servirte otro whisky, eso tengo que hacer.

BELTRAN: No... en serio. Yo conozco un grupo de personas que pueden ayudarte... Andá mañana a las diez menos cuarto a la terraza del Liberty Plaza, decí que tenés una cita con Carolina... Sé puntual, y andá solo...

Terraza del hotel Liberty Plaza, Buenos Aires
8 de agosto, 21:45hs

Roberto subió en el viejo ascensor jaula, el chirrido metálico acompañando cada metro. Al abrirse la puerta, la vio: Ardohain estaba apoyada contra la baranda, de espaldas, con un cigarrillo en una mano y un vaso de whisky en la otra. No lo miró cuando escuchó el ruido de su silla de ruedas acercarse, como si supiera exactamente quién venía.

RAMIREZ: More me dijo que quería verme...

Ella dio una última pitada, aplastó el cigarrillo en el borde de la baranda y recién ahí se giró, guardando sus manos en los bolsillos de la gabardina. El viento invernal soplaba su pelo castaño

ARDOHAIN: Sea breve Ramírez, tengo poco tiempo...

RAMIREZ: Camila Homs, en resumidas cuentas. La quiero para mí, aunque sea una sola vez. Pago lo que haga falta...

Ardohain lo miró por un instante, agachándose para quedar a la altura de Roberto y verlo a los ojos.

ARDOHAIN: Vamos a hacerlo, pero no va a ser facil...

Estudios abandonados Canal 2, Buenos Aires
9 de agosto, 20:30hs

La mesa estaba cubierta de carpetas, cables viejos y un cenicero con colillas acumuladas. El olor a humedad del estudio abandonado se mezclaba con el perfume intenso de Guirao, y el humo del cigarrillo de Fernández trepando hasta los techos cubiertos de telarañas.

ARDOHAIN: Suárez, los perfiles.

La China desplegó sus carpetas con teatralidad, como si estuviera presentando una película.

SUAREZ: Nuestra víctima: Camila Homs. Modelo, influencer, madre de 2 y reciéntemente embarazada. Fiesta de revelación de género en puerta. Todavía conserva el cuerpo de siempre, aunque con un par de curvas potenciadas por la maternidad.

Martu tomó una foto de las que Eugenia había desplegado; una en la que Camila posa en bikini en la playa.

MORALES: ¿A alguien más le da morbo verla preñada?

BELTRAN: Ay, Martu, siempre tan… explícita.

MORALES: ¿Qué pasa rubia? ¿Te pusiste nerviosa?

More se puso colorada hasta las orejas, provocando una ola de carcajadas. Ardohain dió un golpecito a la mesa para intentar recobrar la calma.

SUAREZ: El cliente: Roberto Ramírez. Bartender, veintiocho años, hincha de Boca, está en silla de ruedas. Su deseo es estar con Camila, no hay mucho más.

ESPOSITO: No hacer chistes de humor negro, anotado.

GUIRAO: Ay Mariana...

MARTINO: Che, ¿no les da un poco de ternura? Un tipo en silla de ruedas que sueña con una bomba como Camila. Tiene algo de… película romántica.

FERNANDEZ: Película romántica con final feliz. No te olvides de en qué rubro trabajamos.

ARDOHAIN: Fernández, lo de siempre. Necesito que consigas globos, polvos de colores, catering extra, contacto con los mozos, y seguridad sobre el salón. Todo bajo control nuestro.

FERNANDEZ: Te lo consigo. ¿Cozzetti Eventos?

ESPOSITO: Con todos los simulacros que hicimos tuve más curros que un diputado.

De nuevo carcajadas, interrumpidas por la ola de seriedad de Pampita

ARDOHAIN: También necesito un tigre, amaestrado, para darle teatralidad. ¿Podés conseguirlo?

FERNANDEZ: Intento.

ARDOHAIN: Este operativo es delicado. Camila no puede sospechar nada. Roberto tiene que aparecer como el salvador. Si sale bien, tendrá lo que quiere. Si no… no vamos a tener segundas oportunidades.

Un silencio denso cerró la escena, hasta que Martu rompió la tensión con un chiste pícaro

MORALES: Da morbo que ande en silla de ruedas, ¿no?. Yo también me dejaba salvar, aunque sea de un corte de luz.

More escondió la cara entre las manos, muerta de vergüenza.

Quinta Santa Elena, Pilar
16 de agosto, 11:45hs

La quinta se veía radiante. Había globos pastel colgando entre los árboles, guirnaldas de luces preparadas para encenderse al anochecer y un enorme cartel que decía “¿Es nena o nene?”. A primera vista, parecía todo bajo control. Pero detrás del decorado, las Simuladoras desplegaban su operativo como un ejército de lujo.

Ardohain caminaba con un sombrero de ala ancha y un vestido blanco de lino que le daba un aire de señora de campo. Revisaba cada detalle buscando que todo quede impecable.

ARDOHAIN: Esto no es una fiesta: es un escenario. No podemos fallar.

Suárez, con una carpeta y cronómetro, organizaba proveedores como si fueran soldados.

SUAREZ: ¡Los globos van al arco del parque, no al quincho! ¡Y las bebidas frías, no tibias, por favor!

En el quincho, detrás de uno de los freezers, uno de los mozos observaba a los demás pasar, quieto. No estaba nervioso, pero estaba tenso. Arrodillada ante él, Majo se tragaba su semen tras un pete rápido.

MARTINO: Un servicio rápido, pero cumplidor. No te olvides de pasarme más empanaditas después.

El mozo, todavía jadeando, salió tambaleando justo cuando Martu entraba con una bandeja de copas.

MORALES: ¡Majo! ¿Qué hacías ahí?

MARTINO: Probando la carne. Y estaba en su punto.

En el parque, Lali se paseaba con un sombrero de paja y fingía ser parte del staff de animación, probando el micrófono.

ESPOSITO: Uno, dos, probando. Si alguien me escucha, que me traiga un fernet.

Cerca del quincho estaba Roberto, vestido con camisa blanca arremangada, encargado oficialmente de la barra improvisada de tragos. La propia Camila lo había contratado personalmente, tras ver las excelentes referencias que Lali le había presentado. Pero en realidad estaba ahí bajo la coordinación de las Simuladoras.

RAMIREZ: Rocío, decime que todo esto no se va a descontrolar… porque yo ya siento que estoy en una película de espías.

GUIRAO: Tranquilo, Rober. Si se descontrola, somos especialistas en el caos.

En el centro de la quinta, una gran mesa con la torta de revelación esperaba el momento clave. Fernández llegó en ese instante, cargando cajas con bengalas, polvos de colores y un proyector portátil.

FERNANDEZ: Está todo. Si algo falla, improvisamos.

Ardohain la miró fijo, encendiendo un cigarro.

ARDOHAIN: Nada puede fallar, Cinthia.

Morena se acercó a la mesa dulce, donde Martina relojeaba las tortas con deseo. La abrazó tiernamente por atrás, y por un segundo sintió que Martu le iba a robar un beso.

BELTRAN: No toques nada, no seas boluda.

Martu tomó una frutilla bañada en chocolate, de manera tal que no se notara. Le dio una mordida suave en la punta, saboreandola con los ojos cerrados.

MORALES: Mmmm... Está hermosa... como vos

Llevó la frutilla a los labios de la periodista, que se vió obligada a morderla también. Además del sabor de la fruta y el chocolate, pudo sentir perfectamente el gusto del labial de Martina. Tal vez no se notara por fuera, pero la invadió un calor que la llenó de deseo.

BELTRAN: Andá, Mar, no hagas boludeces...

MORALES: Sos hermosa cuando te pones coloradita, ¿sabés?

More no aguantó, tomó a Martu del mentón y le dió un beso dulce, aunque apasionado y baboso. Al separarse, mordió el resto de la frutilla y se fué, dejando a Martu con las hojas de la fruta en su mano.

SUAREZ: Atentas, llega Camila

ARDOHAIN: A partir de ahora nos comunicamos por interno, señoritas. Que empiece el show.

El motor de un auto importado se apagó frente a la entrada de la quinta. Todas las miradas se dirigieron hacia allí.

De la puerta bajó Camila, vestida con un vestido de seda color durazno que dejaba entrever sus curvas con cada paso. Estaba radiante, maquillada con un estilo fresco pero sensual, y con esa sonrisa que podía desarmar a cualquiera. Acompañada de un par de amigas, avanzó por el camino de piedra hacia la fiesta.

Ardohain, que observaba desde la sombra de un paraíso en flor, sonrió levemente

Las demás se reacomodaron en sus roles. Suárez fingía revisar la lista de invitados en una tablet. Espósito saludaba con micrófono en mano, dando la bienvenida como si fuera parte de la organización. Guirao y Martino se mezclaron con los asistentes, camufladas entre risas y copas.

Camila entró al parque, miró alrededor con entusiasmo, y fue directo hacia la barra improvisada. Allí estaba Roberto, sirviendo tragos con naturalidad, aunque por dentro sentía el corazón a punto de explotarle.

CAMILA: ¿Vos sos el barman?

RAMIREZ: Exactamente. Roberto, mucho gusto Cami. Vos pedime, yo preparo. ¿Qué querés tomar?

CAMILA: Algo fresco, sin alcohol, obvio; dulce… que me sorprenda.

Roberto se inclinó hacia adelante para armarle un trago, cuidando cada movimiento. Ella lo observaba con atención, como si el ritual de las manos sirviendo hielo y bebidas fuera hipnótico. El roce accidental de los dedos al pasarle la copa encendió un pequeño chispazo.

Desde lejos, More veía la escena y susurró a Martu, divertida:

BELTRAN: Si siguen así, no vamos a necesitar ni simular.

MORALES: No te apures… recién arranca el show.

Mientras Cami charlaba animadamente con Roberto, las Simuladoras mantenían el operativo en marcha. La música sonaba, los invitados se iban acomodando en el parque y todo parecía perfecto. Pero el plan no podía depender sólo de química espontánea: hacía falta un empujón.

Fue entonces cuando Fernández, con su caja de herramientas, se acercó sigilosamente a Ardohain y comentó:

FERNANDEZ: Tengo un as bajo la manga si necesitamos apurar la tensión.

ARDOHAIN: Esperemos. Primero dejemos que Ramirez haga su parte.

Y efectivamente, Cami levantó su copa, la chocó suavemente con la de Roberto y, al tomar un sorbo, lo miró fijo a los ojos.

Camila se acerco al escenario y tomó el micrófono.

CAMILA: Bueno... quiero agradecerles a todos por su prese...

Sus palabras se vieron interrumpidas por un chillido metálico. El micrófono soltó un zumbido áspero, seguido de un silencio total. El murmullo de los invitados se convirtió en un coro de quejas.

Camila tragó saliva, incómoda. Movió el micrófono de un lado a otro, sin resultado. En el fondo, Suárez sonrió apenas. La complicación estaba prevista: era la oportunidad para que Roberto entrara en escena.

Desde detrás de la barra, Roberto levantó la vista. Su corazón le latía rápido, pero sabía que tenía que aprovechar la jugada. Apoyó la coctelera, y con un movimiento decidido avanzó entre la multitud, su silla de ruedas deslizándose con firmeza.

RAMIREZ: Perdón, déjenme un segundo.

Subió al escenario sin titubear, moviendo la silla habilmente sin caerse, tomó el micrófono y lo revisó como si hubiera nacido entre cables. Su barba corta y los brazos musculosos llamaban la atención, y varios invitados lo miraban con respeto nuevo.

Sacó el cable, lo sopló, lo conectó de nuevo, giró un par de perillas en la consola. El micrófono volvió a la vida con un eco perfecto.

RAMIREZ: Hola, hola... Ahora sí, ¿me escuchan bien?

Un aplauso espontáneo estalló entre los invitados. Camila lo miró con una mezcla de sorpresa y alivio, sonriendo de verdad, como no lo había hecho en toda la jornada. Se acercó a Rober y le susurró

CAMILA: No sabía que además de barman sos técnico en sonido.

RAMIREZ: Yo tampoco, pero siempre me las arreglo para que las cosas funcionen.

El comentario, con un dejo de picardía, hizo que Camila se sonrojara. Los dos quedaron más cerca de lo que el protocolo dictaba: él podía sentir el perfume frutal de su piel, ella el calor de su voz grave.

Cuando retomó su discurso, Camila ya no hablaba igual: el nerviosismo se había transformado en un brillo distinto. Cada tanto lo miraba de reojo, como si el verdadero protagonista de la noche hubiera dejado de ser su bebé… y pasara a ser el hombre que la había rescatado del ridículo.

El ambiente de la quinta había vuelto a la calma tras el incidente del micrófono. Los invitados charlaban animadamente, los camareros iban y venían con bandejas de copas, y Camila se veía radiante de nuevo.

Pero no todo iba sobre ruedas. Hacia un costado, un invitado pasado de copas tambaleaba con su vaso de whisky en la mano. Era un primo lejano de Camila, un tal Mauro, nadie sabía bien qué hacía ahí. Su camisa estaba abierta hasta el ombligo y la corbata colgaba como cuerda suelta. Cada paso era un riesgo de tropiezo.

MAURO: ¡Eh, Camii! ¡Hay que brindar por el bebé! ¿Quién brinda conmigo?

Los invitados se incomodaron. Camila trató de sonreír, pero el gesto era forzado. Mauro avanzó hacia el centro, queriendo acaparar la atención, y estuvo a punto de volcarle encima el whisky a una señora mayor.

Suárez, atenta desde la distancia, susurró por el intercomunicador interno de las Simuladoras:

SUAREZ: Tenemos problema en el flanco izquierdo. Camisa floreada, pelo de caniche mojado.

La primera en reaccionar fue Cinthia. Con un vestido ajustado que le marcaba hasta el más mínimo movimiento de sus caderas, se acercó con paso firme y sonrisa falsa. Nadie sospecharía de ella: para todos, era parte del staff de organización.

FERNANDEZ: Ey, campeón, vení un segundo, te necesito para algo.

MAURO: ¿Vos a mí? ¿Y qué querés, morocha?

FERNANDEZ: Algo que sólo vos podés hacer.

Lo tomó del brazo y lo condujo hacia la parte trasera de la quinta, donde el murmullo de la fiesta apenas llegaba. Una zona con luces bajas, casi en penumbra, junto a un depósito de bebidas. El borracho no puso resistencia: al contrario, iba encantado con la idea de “ser útil”.

Apenas estuvieron fuera de la vista, Cinthia cambió el tono. Lo empujó contra la pared de ladrillo y lo miró fijo, con esos ojos que sabían domar hasta al más revoltoso. Le dió una cachetada seca, firme, y lo tomó del cuello.

FERNANDEZ: Escuchame una cosa, flaquito. Vos no volvés a armar quilombo en la fiesta. Ni uno más.

MAURO: ¿Y si quiero…?

Ella no lo dejó terminar. Se le pegó encima, clavándole el cuerpo contra la pared con un movimiento tan rápido que al tipo le costó procesarlo.

El borracho trató de decir algo más, pero Cinthia lo calló llevándose un dedo a los labios y después, directamente, besándolo con brusquedad. El tipo respondió torpemente, con esa mezcla de alcohol y desesperación, mientras ella lo manejaba a su antojo.

Le bajó rápido el pantalón, sin vueltas, tanteando sus huevos con fuerza y apretando un poco.

FERNANDEZ: Rápido. Te descargás acá y después desaparecés de la fiesta.

El borracho apenas pudo asentir. Ella se inclinó sobre él, mordiéndole el cuello con fuerza, mientras lo pajeaba despacio aunque firmemente. Mauro soltaba un par de gemiditos, demasiado borracho para controlarse.

Cinthia, pragmática como siempre, ni siquiera se arrodillo para chuparle la pija, solo se agachó lo justo para humedecerlo con la lengua. Luego lo tomó con firmeza y se lo llevó encima, girándose para apoyarse contra la pared.

El choque de sus cuerpos no se llegaba a oir, tapado por la música lejana de la fiesta. El borracho trató de llevar el ritmo, pero en realidad era ella quien marcaba todo: el vaivén, la velocidad, la profundidad. Cada tanto lo frenaba con un apretón de mano en el pecho o en la mandíbula, mirándolo fijo para recordarle que estaba bajo su control.

El olor a alcohol de Mauro se mezclaba con el perfume intenso de Cinthia y con la transpiración que empezaba a correrles por la piel. El sonido húmedo y rápido del encuentro subía como un eco clandestino.

Él jadeaba, cada vez más descontrolado, mientras Cinthia apretaba los labios, cumpliendo su tarea. Se permitía, eso sí, soltarle alguna frase cortante al oído para terminar de quebrarlo.

FERNANDEZ: Así… eso. Dame todo ahora, que después no servís para nada.

Lo llevaba al límite con precisión quirúrgica, hasta que el borracho, vencido, explotó en un gemido ronco y se desplomó sobre la pared, exhausto, casi sin fuerzas en las piernas.

Cinthia se apartó al instante, como si nada hubiera pasado. Se acomodó el vestido, pasó la mano por su pelo para arreglarlo un poco y le tiró el reto final, seca, como quien termina un trámite:

FERNANDEZ: Ahora vas a agarrar agua y te vas a quedar quietito toda la noche. ¿Entendiste?

Él solo pudo asentir, temblando. Cinthia lo dejó ahí, medio doblado, y regresó hacia la fiesta con pasos firmes, la respiración apenas agitada pero el rostro fresco, lista para volver a jugar su papel de organizadora perfecta.

ARDOHAIN: Cinthia, todo en orden, ¿no?

FERNANDEZ: Todo más que en orden...

BELTRAN: Fernández, ¿qué le hiciste al tipo?

FERNANDEZ: Está vivo, si eso te preocupa. Necesito alguien que le lleve agua y lo tape, no creo que se levante.

Nahuel, uno de los chicos que había participado del operativo de Martu Morales, estaba trabajando como mozo. Siguiendo las ordenes de Roberto, llevaba copas y vasos a todos los invitados, hasta que sucedió la hecatombe: Una de las copas con vino tinto terminó cayendo de la bandeja, mojando la camisa blanca de uno de los invitados. Gonzalo, el invitado damnificado, se puso como una fiera parándose para mirar de frente a Nahuel.

GONZALO: ¿Sos boludo pibe?

NAHUEL: Señor, yo...

GONZALO: Yo las pelotas. ¿Cómo mierda hago para limpiarme ahora?

La situación escaló en segundos: Gonzalo se inclinaba hacia Nahuel, listo para lanzarse, mientras la respiración del joven colaborador se aceleraba, y la tensión amenazaba con romper el operativo. Alguien tenía que intervenir

Guirao apareció con pasos firmes y seguros, su postura transmitiendo autoridad absoluta. “¡Alto!”, ordenó, y su voz cortó la tensión como un bisturí. Gonzalo y Nahuel se congelaron, sorprendidos por la presencia dominante de Ro. Sin decir más, se adelantó, colocando su mano sobre el pecho de Gonzalo para detener su avance. La fuerza de su contacto era sutil pero innegable; no dejaba espacio para la resistencia.

GUIRAO: Vamos a canalizar esta energía… de otra manera

Con un movimiento elegante, tomó la cara de Nahuel entre sus manos y lo obligó a mirarla, acercando su respiración a la suya, dejando que el calor de su cuerpo y su cercanía generaran un hormigueo que recorría la columna de los dos hombres.

Ro guió a ambos hacia una habitación contigua, sentándolos en el sillón central, colocándose estratégicamente entre ellos. Sus manos empezaron a recorrer lentamente los brazos y hombros de Gonzalo y Nahuel, alternando caricias firmes y suaves que reducían la tensión pero despertaban una respuesta física inevitable. Los músculos tensos de ambos se relajaban al contacto, mientras la respiración se mezclaba en jadeos contenidamente excitados.

GUIRAO: Dejen que esto fluya… confien en mí

Sus dedos deslizaban por los bíceps de Gonzalo y la nuca de Nahuel, explorando con precisión, combinando autoridad y provocación. La música tenue y los aromas de la quinta intensificaban cada sensación; cada roce era eléctrico, cada mirada cargada de deseo latente.

En minutos, la agresividad inicial se disolvió. Ro se inclinó con suavidad hacia adelante, guiando el encuentro hacia algo más sexual. Su cuerpo se apoyó entre ambos hombres, controlando cada movimiento, marcando el ritmo. Las manos de Gonzalo y Nahuel, temblorosas al principio, comenzaron a corresponder a sus caricias, recorriendo su espalda, sus caderas y sus piernas mientras ella mantenía la postura dominante y sensual.

El vestido de Rocío cayó al suelo, al igual que los pantalones y la ropa interior de los muchachos. Con la mirada, la simuladora parecía decirle a Nahuel que lo sentía, pero el importante era Gonzalo. Se sentó despacio sobre la pija de Gonzalo, que no era la gran cosa pero definitivamente no estaba mal. Mientras lo cabalgaba con dulzura, se metió la pija de Nahuel en la boca.

El ambiente se llenó de respiraciones profundas, susurros, piel caliente y contacto constante. Lo que había sido un potencial conflicto se había transformado en un trío donde Guirao mantenía completo dominio, calmando la tensión inicial y convirtiéndola en excitación, placer y obediencia. Cada gesto, cada roce, estaba medido para mantener el equilibrio entre deseo y control, asegurando que el operativo siguiera intacto y sin riesgos.

Finalmente, los cuerpos se relajaron y ambos hombres eyacularon. Rocío tragó, empujando suavemente a Nahuel hacia el sillón, junto a Gonzalo. La tensión desapareció por completo, y Ro se separó con un gesto elegante, dejando a ambos hombres jadeando y con la mente demasiado confundida para volver a pelear. La líder de la brigada B había intervenido sola, pero Ardohain estaba al tanto de todo.

ARDOHAIN: Bien resuelto, Ro. Volvé afuera y sigamos el operativo.

Afuera, la fiesta estaba en su punto máximo: música, risas, brindis, el jardín de la quinta iluminado por guirnaldas. Cami, radiante, caminaba entre sus invitados con una copa en la mano cuando, de pronto, un murmullo extraño empezó a recorrer la multitud.

Un par de gritos cortaron el aire.

—¡Un animal! ¡Ahí! —vociferó un hombre, retrocediendo de golpe.

Entre las mesas volcadas y los globos de colores que flotaban en el aire, apareció la silueta ágil y tensa de un puma adulto, sus ojos brillando con la luz de los focos. Un rugido grave bastó para que la fiesta entrara en pánico. Invitados corrieron hacia la casa, otros tropezaron con las sillas, copas se rompieron en el suelo. Ardohaín no pareció inmutarse por la presencia del animal. Solo apagó el cigarrillo en el cenicero y se comunicó por el interno con sus compañeras.

ARDOHAIN: Fernandez te pedí un tigre...

FERNANDEZ: Está bien, pero costaba 800 lucas por hora, y el contador dijo que estábamos excedidas.

Camila quedó paralizada a pocos metros, el animal fijo en ella como si fuera su presa. Su respiración se cortó; la copa le temblaba en la mano.

En medio del caos, una voz distinta se alzó. Ramírez, empujando con fuerza las ruedas de su silla, abriéndose paso entre la multitud que huía.

RAMIREZ: Todos atras...

Con una calma que contrastaba con el descontrol general, se plantó frente al puma. Sus brazos musculosos sujetaron con firmeza los aros de la silla; su torso se inclinó apenas hacia adelante, como marcando territorio.

RAMIREZ: Tranquilo, amigo, tranquilo.

El puma gruñó, avanzó un par de pasos. Cami soltó un gemido de miedo, llevándose la mano a la boca.

Pero Roberto no titubeó: golpeó suavemente el piso con una de sus manos y repitió, firme, sin subir la voz:

RAMIREZ: No pasa nada. Mirame a mí. Tranquilo.

El silencio era absoluto. El aire parecía cortarse con cuchillo. Y entonces, contra todo pronóstico, el puma detuvo su andar, olfateó el aire y, poco a poco, bajó la cabeza.

Los invitados, desde la distancia, miraban boquiabiertos. Roberto mantuvo la calma hasta que dos hombres vestidos de cuidadores (parte del operativo de las Simuladoras) aparecieron con sogas y jaulas, retirando al animal como si todo hubiese estado planificado. Lo estaba, si, pero ellos no lo sabían.

El caos fue reemplazado por aplausos nerviosos, gritos de alivio y una ovación improvisada. Camila, todavía con el corazón latiendo a mil, no podía apartar la vista de Roberto.

Él estaba un poco agitado, los músculos de sus brazos tensos después del esfuerzo de maniobrar la silla en medio del caos. Una gota de sudor le resbaló por la frente.

Camila, con el corazón golpeándole el pecho, se acercó.

CAMILA: No lo puedo creer... Me salvaste a mí y a todos.

Roberto sonrió, humilde, encogiéndose apenas de hombros.

RAMIREZ: Era lo que había que hacer.

Ella se mordió el labio inferior, sin apartar la mirada de sus brazos fuertes, de esa serenidad masculina que la había desarmado por completo. Una risa nerviosa se le escapó.

CAMILA: No sé cómo agradecerte.

Roberto bajó la voz.

RAMIREZ: No hace falta que lo hagas.

Pero Camila ya estaba más cerca, sus pechos rozándole el hombro mientras se inclinaba. El perfume de su piel, mezclado con la tensión del momento, encendía la atmósfera.

CAMILA: Sí… sí hace falta...

Tomó la copa de la mano, la dejó en una mesa cercana, y sin pensarlo más lo besó. Fue un beso cargado de adrenalina, urgente, de esos que mezclan miedo con deseo. Roberto respondió con la misma intensidad, sus manos recorriendo su cintura con firmeza.

CAMILA: Vamos adentro...

Lo condujo hacia la casa, entre pasillos vacíos mientras los invitados seguían distraídos afuera. Entraron a un dormitorio de la quinta, y apenas cerró la puerta, Camila lo empujó suavemente contra la cama sacándose habilmente el vestido. Sus pechos, duros y sensibles por el embarazo, quedaron a la altura de su boca. Roberto no dudó: los atrapó con sus labios, arrancándole un gemido ahogado.

Ella, excitada por la mezcla de gratitud y morbo, bajó una mano hacia su pantalón, notando lo que la esperaba.

CAMILA: Esto… ¿esto es todo tuyo?

El héroe de la noche, el hombre que había enfrentado a un puma, ahora la tenía rendida entre sus brazos, dispuesta a entregarse completamente.

Camila se arqueó suavemente, buscando con desesperación el contacto de sus pezones contra la boca de Roberto. Él los lamía y succionaba con hambre, saboreando la mezcla entre deseo y ese toque sensible que le arrancaba gemidos intensos.

CAMILA: No sabés lo que me hacés sentir.

Con un movimiento lento, Roberto bajó una mano hasta su vientre, acariciándolo con ternura antes de deslizarla hacia abajo. Pasó por la curva de su cadera, hasta colarse más abajo. Encontró la tela húmeda de la bombacha, ya empapada. La presión de sus dedos contra ese calor la hizo estremecer. Camila separó un poco las piernas, rendida.

CAMILA: Sacamela...

Roberto obedeció, bajando la prenda con la destreza de sus manos fuertes. La bombacha quedó tirada en el piso, dejando expuesta su vagina húmeda, de labios rosados y suaves, brillando bajo la luz tenue del cuarto.

Él la contempló apenas un segundo, embobado. Después, inclinó su cabeza entre sus muslos. Sus manos se aferraron al cabello corto de Roberto, empujándolo contra ella, mientras él recorría cada pliegue con devoción, saboreándola, bebiendo cada gota de su excitación. El gemido se volvió un suspiro entrecortado, hasta que la respiración de Camila se hizo irregular.

CAMILA: Pará… Quiero sentirte adentro.

Ella misma bajó su mano hacia el cierre del pantalón de él, liberando su miembro grueso y erecto. Lo acarició un instante, fascinada por su tamaño y dureza, antes de guiarlo lentamente hacia su entrada húmeda.

El primer contacto la hizo gemir fuerte, mientras lo recibía despacio, abriéndose con placer. Roberto la sostuvo firme de la cintura y, una vez adentro, comenzó a moverla sobre él. Cada embestida hacía chocar sus cuerpos, el sonido húmedo llenando la habitación.

CAMILA: Dios... sos increíble

Sus pechos rebotaban frente a él, tentadores, y Roberto los tomó entre sus manos, chupando y apretando sus pezones erectos, haciéndola gritar aún más. El ritmo se volvió frenético: ella cabalgando con fuerza, él empujando desde abajo con todo el poder de sus brazos.

Los gemidos se mezclaban, cada vez más altos, hasta que el cuerpo de Camila se tensó por completo.

CAMILA: Rober... Voy a acabar...

Roberto la sostuvo fuerte contra sí, embistiéndola hasta que un orgasmo la sacudió con espasmos intensos. Su grito retumbó en el cuarto, mientras se dejaba caer rendida sobre su pecho.

Él, todavía duro dentro suyo, siguió bombeando unas veces más hasta acabar con un gemido grave, llenándola con toda su leche.

Quedaron abrazados, jadeando, el calor de sus cuerpos mezclado con el sudor y el perfume de la excitación. Camila, con la piel aún erizada, lo besó en la boca, suave, agradecida.

CAMILA: Sos mi héroe...

Roberto sonrió, cerrando los ojos con satisfacción. El operativo había sido un éxito: el peligro del puma quedó atrás… y la conquista también.

Afuera, en la fiesta, nadie se percataba de la ausencia de la homenajeada. Una banda tocaba cumbias clásicas, y Máxima Cozzetti deleitaba a los invitados con una versión de "Sombrero de paja".

Las risas, la música y el bullicio volvieron poco a poco a la normalidad en la quinta. El puma ya era solo una anécdota que circulaba entre los invitados, y Camila seguía sonriente, pegada a Roberto, agradeciéndole cada gesto.

Desde un rincón, ocultas entre sombras, las Simuladoras observaban la escena con satisfacción. Ro le dedicó una mirada cómplice a Pampita: el plan había funcionado mejor de lo esperado. Roberto había pasado de ser un invitado más a convertirse en el héroe de la fiesta, y Camila lo tenía ahora como su centro de atención.

FERNANDEZ: Todo listo entonces. ¿Podemos irnos?

SUAREZ: Me encanta cuando alguien encuentra lo que vino a buscar.

Lali bromeó al oído de Martu, haciéndola reir con picardía:

ESPOSITO: Roberto se ganó el premio mayor, pero... todavía hay un par de premios en juego, ¿no?

En ese momento, Pampita se adelantó. Con su andar elegante y firme, se acercó hasta Roberto, que estaba junto a Camila disfrutando de un trago. Él la miró sorprendido, sin entender del todo qué era lo que esta mujer y sus amigas habían logrado. Pampita sonrió apenas, sostuvo un cigarrillo entre sus labios y habló con su voz calma, mirando a Camila

ARDOHAIN: Disculpen… ¿fuego tienen?

Roberto, todavía desbordado de adrenalina y placer, asintió, buscó un encendedor en su bolsillo y se lo alcanzó. Cuando la llama iluminó el rostro de Pampita, ella lo sostuvo un segundo más de lo necesario, casi como un sello invisible de que todo había terminado.

Dio la primera pitada, inclinó levemente la cabeza agradeciendo, devolvió el encendedor y se alejó en silencio.

Mientras tanto, Lali y Martu se habían escabullido hacia una terraza más tranquila, iluminada solo por las luces colgantes y el resplandor de la luna. Compartían un trago dulce y empalagoso, y Mariana fumaba un cigarrillo mientras Martina la miraba, sentada en una reposera.

Lali se apoyó contra la baranda, bajando la mirada hacia Martu, que parecía más pequeña e inquieta de lo habitual.

ESPOSITO: ¿Te quedó gustando lo de esta noche?

Martu solo pudo morderse el labio, incapaz de responder con palabras. La presencia de Lali, su perfume, el calor de su cuerpo… todo la estaba volviendo loca de deseo.

Lali se inclinó, rozando su frente contra la de Martu, jugando con la respiración entrecortada de ambas. Martu cerró los ojos y dejó que las manos de Lali empezaran a recorrer suavemente sus curvas, por fuera de la ropa, probando cada contorno.

MORALES: Siempre me haces sentir… esto... 

ESPOSITO: ¿Qué? ¿Deseo? ¿Calentura?

MORALES: Es más... no sé como explicarte... vos sos una mujer muy hermosa y yo una joven inexperta. Sin embargo... No veo la hora de tumbarte en la cama, embadurnarte en aceite y entubarte la garlopa hasta la garganta...

Lali rió, inclinándose más, rozando sus labios contra los de Martu. Fue un beso lento al principio, cargado de tensión y anticipación, hasta que ambos cuerpos empezaron a buscar contacto más íntimo. Las manos se entrelazaron, bajando lentamente, tocando y excitando con cuidado.

Martu dejó escapar un gemido suave cuando Lali empezó a acariciar su entrepierna, mientras ella respondía de la misma manera, disfrutando del calor y la humedad del deseo compartido. Sus cuerpos se arqueaban, sincronizados en el pequeño espacio de la terraza, pero manteniendo cierta contención; no era la pasión desenfrenada de un encuentro completo, sino un juego erótico.

Finalmente, se separaron un instante, respirando agitadas, los ojos brillando y los labios aún húmedos del beso.

MORALES: Esto... hay que repetirlo...

Lali solo respondió con otra sonrisa, guiñándole un ojo mientras se alejaban lentamente, todavía rozando sus cuerpos de manera sutil.

La fiesta continuó, pero el operativo ya estaba concluido. Las Simuladoras, una vez más, habían hecho su magia.

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