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Querida Cali: Una fiesta inolvidable con Emi Mernes

Querida Cali: Me llamo Ramiro, tengo 25, y me cogí a Emilia Mernes en los 15 de mi prima.


La fiesta de quince de mi prima era todo un espectáculo, como era de esperar en nuestra familia. Las luces brillaban sobre el salón de fiestas, iluminando los vestidos elegantes y los trajes caros de los invitados. Yo me movía entre la multitud con una copa de champán en la mano, disfrutando de la música y la energía del lugar. Mi tío había movido cielo y tierra por cumplir el sueño de mi prima y había conseguido una presentación privada de la cantante del momento, Emilia Mernes. Todos estaban emocionados por su presentación, sin importar que no les gustara su música.


Cuando Emilia subió al escenario, no pude evitar quedarme mirándola. Era más bajita de lo que había imaginado, con un cuerpo delgado pero con curvas en los lugares correctos. Sus tetas grandes se movían ligeramente bajo el vestido ajustado que llevaba, y su pelo brillaba bajo las luces del escenario. Tenía una voz dulce y poderosa que llenaba el salón, y su sonrisa era contagiosa.


Mientras cantaba, no podía sacar los ojos de encima de ella. Había algo en su forma de moverse, en la manera en que su cuerpo se balanceaba al ritmo de la música, que me tenía completamente hipnotizado. Cuando terminó su presentación, el salón estalló en aplausos. Emi se quedó en un costado, saludando a todos los invitados. Cuando la dejaron sola y volvieron a bailar, sentí que era mi oportunidad.


– Emilia, ¿no? – le dije con una sonrisa, extendiendo mi mano. – Soy Ramiro, primo de la cumpleañera. –


Ella me miró con sus ojos brillantes y tomó mi mano. – Mucho gusto, Ramiro. Tu prima es una chica afortunada por tener una familia tan linda. –


– Gracias –, dije, sintiendo el calor de su mano en la mía. "Tu presentación fue increíble. Tenes una voz maravillosa. –


Emilia sonrió, y pude ver un rubor en sus mejillas. – Gracias, de verdad. Me encanta lo que hago. –


– ¿Te gustaría tomar algo? – le pregunté, señalando hacia la barra. – Podríamos charlar un poco más. –


Ella asintió, y juntos nos dirigimos hacia la barra. Mientras caminábamos, no podía evitar notar cómo su vestido se ajustaba a su cuerpo, resaltando cada curva. Me acerqué un poco más a ella, sintiendo su perfume, algo dulce y floral que me hizo sentir lleno de deseo.


En la barra, pedí dos copas de champán. Mientras esperábamos, Emilia se acercó a mí, su brazo rozando el mío. – Entonces… Ramiro, ¿no? ¿qué haces cuando no estás en fiestas de quince? – preguntó con una sonrisa coqueta.


– Soy abogado – respondí, mirándola a los ojos. – Pero esta noche, solo quiero disfrutar de la compañía de una mujer hermosa –


Ella rió suavemente, y pude ver cómo sus pechos se movían con cada risita. – Sos divino, Rami –


Tomamos nuestras copas y brindamos. – Por una noche inolvidable – dije, manteniendo el contacto visual.


– Por una noche inolvidable – repitió ella, sus labios rozando el borde de la copa.


Mientras tomábamos champán como si fuera agua, la conversación fluyó fácilmente. Hablamos de música, de viajes, de sueños. Cada vez que ella se reía, sentía un cosquilleo en mi entrepierna. No podía evitar imaginar cómo sería besarla, sentir sus labios contra los míos, sus manos en mi cuerpo.


– ¿Quieres salir a tomar un poco de aire? – le pregunté después de un rato, notando cómo el calor entre nosotros se intensificaba.


– Sí, me encantaría – respondió ella, y juntos nos dirigimos hacia la salida trasera del salón.


Afuera, el aire fresco de la noche nos recibió. El salón de fiestas estaba en una zona alejada de la ciudad, rodeado de árboles y con una vista espectacular de las estrellas. Emilia se apoyó contra la pared, mirando hacia el cielo.


– Es hermoso esto – dijo suavemente.


– Sí, lo es – respondí, pero no estaba mirando el cielo. Mis ojos estaban fijos en ella, en la manera en que su pecho subía y bajaba con cada respiración, en cómo sus labios brillaban bajo la luz de la luna.


Me acerqué a ella, mi cuerpo casi rozando el suyo. – Emi, estás hermosa – le dije, intentando sonar lo más sexy posible


Ella me miró, sus ojos brillaban con algo que solo podía describir como deseo. – Ramiro… yo… – susurró, pero no terminó la frase. En lugar de eso, se inclinó hacia mí, sus labios buscando los míos.


El beso fue eléctrico. Sus labios eran suaves y cálidos, y cuando abrió su boca para mí, sentí un gemido escapar de mi garganta. Mis manos encontraron su cintura, atrayendo su cuerpo lo más posible hacia mi. Podía sentir sus tetas presionando contra mi pecho, y mi pija se endureció instantáneamente.


Emilia rompió el beso, jadeando levemente. – Rami, tengo novio… no sé si deberíamos… – dijo, pero sus manos ya estaban en mi pelo, atrayéndome de vuelta hacia ella.


– Shhh – susurré, mis labios moviéndose hacia su cuello – Solo dejate llevar – 


Ella gimió cuando mis labios encontraron su piel, y sus manos se movieron hacia mi pecho, sintiendo los músculos bajo mi camisa. – Dios, Ramiro… – susurró, casi desesperada


Mis manos se movieron hacia sus tetas, sintiendo su peso y suavidad a través del vestido. – estás buenísima, hija de puta – murmuré, mis dedos encontrando sus pezones, ya duros y erectos.


Ella arqueó su espalda, presionando sus pechos contra mis manos. – Por favor, Rami… – suplicó en un susurro.


No pude resistirme más. Mis labios encontraron los suyos de nuevo, y esta vez, el beso fue más urgente, más necesitado. Mis manos se movieron hacia su vestido, tirando de él hacia abajo para exponer sus pechos. Eran perfectos, redondos y firmes, con pezones oscuros que me suplicaban que los chupara.


Inclinándome, tomé un pezón en mi boca, mi lengua girando alrededor de él. Emilia gimió, sus manos encontrando mi cabello y manteniéndome cerca. – Sí, bebé, ahí… – susurró, su cuerpo retorciéndose contra el mío.


Mis manos se movieron hacia su vestido de nuevo, tirando de él hacia arriba para exponer sus muslos. Podía sentir el calor de su cuerpo, y cuando mis dedos encontraron su tanga, estaba empapada.


– Hija de puta… – mis dedos moviéndose bajo la tela para encontrar su conchita. – Estás tan mojada Emi… –


Ella gimió cuando mis dedos encontraron su clítoris, ya hinchado y sensible. – Por favor, Ramiro… cogeme… Necesito sentirte adentro...", suplicó, llena de desesperación.


No pude resistirme más. Desabroché mi cinturón y bajé mi cierre, liberando mi verga, ya dura y palpitante. Emilia miró hacia abajo, sus ojos ensanchándose ligeramente cuando vio mi tamaño.


– Dios, Ramiro… – susurró, su mano moviéndose hacia mi pija, sus dedos envolviéndola.


Me ericé por completo cuando sus dedos me tocaron, y no pude esperar más. La levanté, sus piernas envolviendo mi cintura, y la empujé contra la pared. Podía sentir su concha caliente y mojada contra la cabeza de mi pija, y con un empujón, estaba dentro de ella.


Emilia gritó, sus uñas clavándose en mis hombros mientras la penetraba. – ¡Sí, Ramiro, por favor! ¡Más fuerte! – gritó, su cuerpo moviéndose contra el mío.


Comencé a moverme, mis caderas empujando hacia adelante mientras la sostenía contra la pared. Cada empujón era más profundo, más urgente, y podía sentir su concha apretándose alrededor de mi pija.


– Dios, Emi, estás muy apretada bebé… – murmuré, mis manos encontrando sus pechos de nuevo, apretándolos mientras la cogía.


Ella gimió, su cabeza cayendo hacia atrás contra la pared. – ¡Sí amor! ¡No pares! – gritó, su cuerpo retorciéndose contra el mío.


Podía sentir la leche subir por mi tronco, y supe que no podría durar mucho más. – Emi, voy a llenarte – 


– Sí, Rami, por favor. ¡Quiero sentirla toda adentro! – gritó, su concha apretándose alrededor de mi pija.


Con un último empujón, acabé, mi semen llenando su concha mientras ella gritaba mi nombre. Podía sentir su concha apretándose cada vez más alrededor de mi pija, ordeñándome hasta la última gota.


Cuando terminamos, nos quedamos allí por un momento, jadeando y sudando. Emilia me miró, con una sonrisa satisfecha en su rostro. – Eso fue... increíble, Ramiro – susurró, sus manos moviéndose hacia mi rostro.


Nuestro encuentro no duró mucho más. Yo tenía que volver a la fiesta y ella ya tenía 3 llamadas perdidas de su manager, que no la encontraba por ningún lado. La emoción del momento me hizo olvidarme de pedirle su número, así que esto quedará solo como un recuerdo inolvidable. Mi prima fue la homenajeada, pero definitivamente yo fui el que más disfrutó la fiesta.


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