Bar Unión, Ezeiza, Buenos Aires 15 de agosto. 20:30 hs. Era viernes a la noche y el microcentro se desarmaba en una mezcla rara de oficinistas que escapaban de la rutina y turistas que buscaban perderse en las calles. Menges, con el saco colgado del brazo y la cabeza cargada de números y papeles, caminaba sin rumbo fijo. Una esquina iluminada por un barcito de madera y vidrios empañados lo tentó. No lo pensó demasiado: empujó la puerta y se dejó envolver por el olor a café, alcohol barato y madera húmeda. El lugar estaba medio vacío. Un televisor al fondo mostraba un partido en silencio, y en la barra, un hombre en silla de ruedas secaba vasos con serenidad. Tenía barba recortada, ojos vivos, y saludaba a cada cliente como si lo conociera de toda la vida. Menges pidió una cerveza y se sentó en la barra. El bartender se acercó con una sonrisa. RAMIREZ: Primera vez acá, ¿no? MENGES: Sí, venía de la oficina, necesitaba cortar un poco. RAMIREZ: Este es buen lugar para eso. A veces un...